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sábado, 30 de abril de 2016

Diecinueve horas andando.

Vimos cómo algunos iban en grupos, algunos pocos íbamos solos, incluso nadie quería acercarse; los solitarios siempre pecamos de Complejo de Edipo, la necesidad de tenernos y apoyarnos es más grande que la propia razón, también la de ponernos enfermos juntos. Pero solos, tranquilos.

El ruido es incesante; la espera al silencio eterna, los teléfonos móviles, esas putas maquinitas traquean mi cabeza (cli-cli-cli-cli-cli, y así cada dos por tres) ¿Acaso no se dan cuenta? NO.

Prometí no ir a buscarte, prometí curarme sola; pero no atisbo a comprender si esto es un hospital o un bar de barrio, es insostenible estar aquí dentro; el paradigma de la sociedad en la que no me reflejo, yo me refugio en tí, mi mejor hospital son tus brazos; pero sólo dispongo de esa puta maquinita que me mantiene cerca de ellos, a nueva horas y media andando.

Vuelve el corazón y no vuelve solo. A mi no me suena la puta maquinita; y me da igual, la etapa del camino, mis piernas son más fuertes que esa dichosa tecnología para llegar a tí.

Sè que no tienes ganas de escucharme ni de leerme, los checks azules no salen ni en mil veces en línea que aparezcas, es una obsesión atronadora. No nos morimos el uno por el otro; ya no. Me muero yo, tú te morías y yo te sostuve, luego emprendiste vuelo y yo me caí al río fangoso. Sigue sin aparecer una luz verde en esa puñetera máquina. 

"No permanezca en el pasillo" "Apague su teléfono móvil" parecen letreros de adorno. Este pasillo es el momento en el que la procesión del cristo de las siete puñaladas va llegando a fin y vamos eligiendo la pesebrera en la que atizarnos.

La angustia y el cansancio se apoderan de mí, y la tristeza ¡esa ya no puede crecer más! entera es visible.

Una "amabilísima enfermera" me abronca por estar en el suelo sentada escribiendo; las lágrimas incipientes que la escritura me contenía, brotaban de mis ojos al no entender por qué sí son permitidas las entradas, salidas y voces a golpe de matones de discoteca por pasillos y salas de urgencias.

Diez fueron nuestros días, otros diez los del acuerdo que a medias tratamos de cumplir, los que nos separaron. Tú en un mundo que no llego a comprender y yo, yo aquí, a diecinueve horas andando para volver a lo que nunca debí dejar de ser.